El Danubio constituyó durante siglos la frontera natural de dos ciudades condenadas a entenderse y a unirse. Buda, montañosa y señorial, y Pest, llana y bulliciosa, formaron esta joya del imperio austrohúngaro en el último tercio del siglo XIX y en ellas florecieron palacios burgueses, iglesias barrocas, puentes de inspiración francesa, balnearios modernistas y cafés literarios. Budapest siempre merece un viaje.