Enseñar y convivir desde el enfoque restaurativo: prevención y gestión de conflictos

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Autoras: Nuria Jiménez y Rut Sanz, formadoras en Prácticas Restaurativas

¿Qué podemos hacer cuando un alumno interrumpe, molesta, invade, infringe normas o, incluso, llega a agredir, verbal o físicamente? Todos los docentes conocemos las herramientas punitivas de las que normalmente disponemos en los centros educativos: apercibimiento, amonestación, sanción, modificación de horario lectivo, expediente disciplinario. Sin duda alguna, es útil, justo y necesario conocer estas herramientas, reflexionar cuándo es estrictamente necesario utilizarlas y, desde luego, no desdeñarlas, aunque cuestionando su efectividad al ponerlas en práctica de forma exclusiva.

Muchos docentes coincidimos en que escuchamos a los compañeros desgastarse hasta el agotamiento con el tema de la gestión del clima del aula (las que suscribimos este artículo también, por supuesto). Un docente, del nivel educativo que sea, pocas veces reconoce no saber cómo organizar, explicar o resolver algo disciplinar de su materia o de su campo profesional; sin embargo, sí expresa -y normalmente lo hace cuando algo ha estallado y ya no hay mucho margen para maniobras ni para prevenir ni para proveer- lo que siente y lo que necesita. Habitualmente, sus sentimientos se concentran en frustración, hartazgo o, incluso, decepción o tristeza; casi siempre, las necesidades giran en torno a cómo recuperar el respeto, la calma y la comunicación efectiva. Y es entonces cuando el docente se vuelve consciente de que manejar con acierto las dos caras de la moneda quizá le acerque, un poco más, y, sobre todo, un poco mejor, al éxito. Porque un mejor clima de aula supone un mejor proceso de Enseñanza/Aprendizaje y, en consecuencia, unos resultados profesionales y académicos óptimos. De pronto, hace uno de los hallazgos más preciados para su andadura educativa: las prácticas restaurativas.

El mundo -en el que, oh, sorpresa, habitan también nuestros alumnos: ya sean niños, preadolescentes o adolescentes- se rige por la urgencia inmediata y el ruido vacío y estos son los enemigos principales de poder poner en práctica herramientas que sirven para la prevención del conflicto y, de haberse producido ya este, igualmente sirven para la reparación del daño (al receptor) y de reflexión consciente (al emisor). Con ellas se trabaja el silencio, el respeto, la escucha, la cohesión, la responsabilidad, la empatía, la comunicación horizontal. El rincón boca-oreja, la escala de prevención, el círculo de diálogo, las declaraciones afectivas o la conversación restaurativa son algunas de nuestras técnicas más habituales incorporadas en los alumnos que atendemos.

Es un camino lento: sencillo en el procedimiento, complejo en el trasfondo. Tan complejo como necesario. Una senda que requiere entrenamiento, técnica, energía, perseverancia y tiempo, mucho tiempo; un tiempo que, sin duda alguna, merece la pena emprender. ¡Nosotras también tuvimos ese momento de transformar el enfoque! Fue a partir de ahí cuando -cada una por separado, y años después, encontrándonos en el camino formativo e iniciando en tándem esta andadura que tanto nos gusta sembrar- entendimos la importancia de compartir nuestras experiencias (¡acertadas y fallidas!). Contar en el aula con alumnos que aprenden (porque así se lo enseñamos) a construir pequeños espacios de calma, que comprenden la importancia del turno de palabra, que validan con delicadeza el discurso de los otros -además del propio-, que comprenden el significado real de “grupo” y que saben comunicarse independientemente del escenario es completamente gratificante para todos, para toda la comunidad educativa que configura un centro. Y, además, cuando este enfoque restaurativo adquiere protagonismo, ocurren, por lo menos, dos cosas más: el bienestar aumenta y los conflictos disminuyen. Queridos docentes, ¿os convence lo suficiente como para intentarlo?