Maquillaje, ¿Gusto o imposición?

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En la actualidad, el uso del maquillaje es muy personal. Hay mujeres que se maquillan y otras que no. Y alrededor de su uso ha surgido un debate, ¿Lo usamos por imposición del patriarcado, o porque queremos y nos gusta?  

Aella Pazos

El uso de cosméticos para embellecer el cuerpo existe desde que el mundo es mundo. Ya en el Antiguo Egipto, embellecer el cuerpo era habitual, pues era una forma de protegerlo aparte de ser un símbolo de lo sagrado y espiritual.

En el siglo XVI las damas de la alta sociedad se blanqueaban la cara con maquillaje de plomo y se ponían colorete rojo en las mejillas. En los siglos XVII y XVIII se usaban grandes pelucas llenas de rizos y tirabuzones y se pintaban los labios de rojo en forma de corazón.

En Japón, las mujeres de la alta sociedad del periodo Heian (794-1185) se teñían los dientes de negro, como símbolo de belleza y poder.  

En el siglo XXI, sin embargo, el uso del maquillaje ha cambiado por completo. Ya no es una obligación social, o al menos, no lo es tanto. Hay personas que aseguran que las mujeres que siguen maquillándose perpetúan cánones dañinos, mientras que otros cuestionan a aquellas que eligen no maquillarse por ir desarregladas. ¿Qué está bien y qué está mal? ¿Acaso no podemos decidir si queremos o no maquillarnos? 

El maquillaje es, sobre todo para las generaciones más jóvenes, un arte, algo que haces si te gusta, para sentirte bien, poderosa. Nos da seguridad, nos da confianza. Eso no significa que necesitemos el maquillaje como parte imprescindible para sentirnos así. Lo hacemos por placer, para nosotras y nadie más.

Hay personas que no lo sienten así. Que piensan que seguimos maquillándonos para complacer a otros, para que nos vean atractivas, o incluso para ocultarnos tras una capa de maquillaje. Y puede que haya gente que lo haga por el qué dirán o por obligación social. Pero creo que no debería ser así. El maquillaje no debería ser nunca una obligación, y si algo que hacemos para nosotras y por nosotras. Para divertirnos, para crear, para vernos distintas, para sentirnos más poderosas. 

Atrás quedó, o debería quedar, la obligación de acudir a los trabajos maquillada, que te cuestionen públicamente si vas o no maquillada y que se critique la cantidad de maquillaje o el estilo que se emplee. Demasiados comentarios hemos tenido que soportar sobre eso. Seamos libres, por fin, después de tantos siglos de imposición.